*En el municipio de Coacoatzintla, entre campos de una flor que llama a los muertos, aparece San José Paxtepec, donde el óbito que alguna vez dolió se convierte en fiesta, alma y corazón de un pueblo
Ángel Cortés Romero
Coacoatzintla, Ver.- Cientos de botones de color naranja iluminan los campos bañados de una fragancia amaderada e intensa por donde los muertos regresan del trasmundo para acariciar la vida tan solo por unas horas.
El aroma fuerte, cálido y potentemente afrutado del cempasúchil rocía todo el ambiente en San José Paxtepec, donde la calma y el silencio se quiebran con el bullicio de aquellos que se ríen de la muerte, pero nunca la aceptaron.
La muerte es un absurdo en San José Paxtepec: el óbito que alguna vez dolió se convierte en fiesta, alma y corazón de un pueblo que paradójicamente revive en los últimos días de octubre esperando las festividades de Todos Santos y Día de Muertos.
Vicente Bello Velázquez, todavía con la piel morena curtida por el sol del junio, es de los pocos productores que siembran cempasúchil en ese pueblo suspendido en el pasado, entre antiguas casas de portales, gruesos muros de piedra y techados de teja.
Las primeras semillas del “Cempohualxochitl” se riegan pocos días antes de la llegada del verano para que los botones de la flor de muerto se abran en los próximos setenta días para que adornen viviendas, altares y cementerios.
Con los años el cempasúchil de Paxtepec se volvió una mezcla de lo mexicano y lo chino: una flor híbrida con el tamaño de la flor nacional, pero con tonos naranjas y amarillentos menos intensos y un aroma amaderado más suave.
El colorado color de la flor de muerto emula al Sol. De Paxtepec, los súchiles van directo a las casas de Xalapa, Coatepec y hasta de Puebla para guiar el camino de luz de las almas hacia las ofrendas que los creyentes dedican a sus muertos.
Paxtepec, enclavado en la Sierra de Chiconquiaco, es fiesta en estos días: el perfume de las flores recala desde los inicios del pueblo hasta los retablos de estilo barroco tallados por indígenas de su vieja iglesia enmarcada por una gran puerta de madera. El misterio se extiende más allá, en los límites de otro pintoresco pueblo donde el tiempo también parece haberse detenido: San Pablo Coapan.